God’s Generosity | La Generosidad de Dios

St. Pius X
Ezekiel 34:1-11; Matthew 20:1-16

“If you want something done well,” an old saying goes, “you should do it yourself.” That saying is attributed to Napoleon Bonaparte, the French general and emperor of the late 18th and early 19th centuries. While he was small in stature, his contemporaries and historians recall that had no shortage of ego or ambition.

In our first reading, God seems to echo Napoleon’s view, but without the emotional or psychological baggage. Noting how miserably Israel’s shepherds—their religious and political leaders—had neglected, abused, and misled them, God vows to step in and personally shepherd his flock.

Where they have been scattered, God promises to bring them together. Where they are vulnerable, God will protect them and feed them. God also promises to hold their earthly shepherds accountable for what they have done and failed to do. God’s power is revealed in loving, compassionate, and effective service. Centuries after the prophet Ezekiel, God would send his Son to be our Good Shepherd.

In today’s gospel parable, Jesus describes the kingdom of heaven like a landowner hiring day laborers for his vineyard. There is one huge difference: the great effort that the landowner makes to hire workers and his extraordinary generosity in paying those who worked only a fraction of the day. While some see his generosity as unfair, the landowner demurs. After all, his critics received in full what was their just due. Otherwise, he insists, he is free to use his wealth as he wills.

One sign of God’s reign (the kingdom of God) is the pervasiveness of God’s grace. God bestows it in ways beyond our limited understanding or judgments. We have each received that grace in some measure as well as other blessings, and we are called to be good stewards of what we have received and the vocations through which those gifts are shared. - jc

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San Pío X
Ezequiel 34, 1-11; Mateo 20, 1-16

"Si quieres que algo se haga bien", dice un viejo refrán, “debes hacerlo tú mismo”. Ese dicho se atribuye a Napoleón Bonaparte, el general y emperador francés de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Aunque era pequeño de estatura, sus contemporáneos e historiadores recuerdan que no le faltaba ego ni ambición.

En nuestra primera lectura, Dios parece hacerse eco de la opinión de Napoleón, pero sin la carga emocional o psicológica. Al comprobar que los pastores de Israel -sus dirigentes religiosos y políticos- los habían desatendido, maltratado y engañado, Dios promete intervenir y pastorear personalmente a su rebaño.

Allí donde se han dispersado, Dios promete reunirlos. Allí donde sean vulnerables, Dios los protegerá y alimentará. Dios también promete responsabilizar a sus pastores terrenales de lo que han hecho o dejado de hacer. El poder de Dios se revela en el servicio amoroso, compasivo y eficaz. Siglos después del profeta Ezequiel, Dios enviaría a su Hijo para ser nuestro Buen Pastor.

En la parábola del Evangelio de hoy, Jesús describe el Reino de los Cielos como un terrateniente que contrata jornaleros para su viña. Hay una gran diferencia: el gran esfuerzo que hace el terrateniente para contratar trabajadores y su extraordinaria generosidad al pagar a los que sólo trabajaban una fracción de la jornada. Aunque algunos consideran injusta su generosidad, el terrateniente se muestra reticente. Al fin y al cabo, sus detractores recibieron íntegramente lo que les correspondía. Por lo demás, insiste, es libre de usar su riqueza como quiera.

Un signo del reino de Dios es la omnipresencia de su gracia. Dios la concede de maneras que van más allá de nuestra comprensión o juicios limitados. Cada uno de nosotros ha recibido esa gracia en alguna medida, así como otras bendiciones, y estamos llamados a ser buenos administradores de lo que hemos recibido y de las vocaciones a través de las cuales se comparten esos dones. - jc

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