Spiritual Warfare | Guerra Espiritual

St. John Paul II
Romans 7:18-25a; Luke 12:54-59

Most of us think of spiritual warfare as an inner battle against an external enemy: the devil. But St. Paul points out that we are often our own worst enemies.

As human beings, we are all afflicted with a congenital and soul-sapping disease: concupiscence, or our tendency to sin. Along with our mortality, it is a consequence of original sin. It causes us to give in to temptation, to do the wrong thing even when we know it is wrong. Thankfully, we have a Savior who, if we accept his grace, frees us from the eternal consequences of our sins.

In our gospel reading, Jesus excoriated those who failed to notice the signs of the reign of God that, like the changes of winds and seasons, were all around them. Two millennia later, St. John Paul II challenged the world to notice the ways that it was becoming overshadowed by the Culture of Death in its embrace of abortion, euthanasia, capital punishment, and economic systems that privilege a few and treat people as commodities rather than children of God. He called us to instead embrace a Culture of Life, where the dignity of each person is valued and protected from conception until natural death.

Embracing the Culture of Life isn’t easy. It requires that each of us fight the inner battle of ridding ourselves of things like the Seven Deadly Sins of pride, anger, greed, envy, gluttony, sloth, and lust. We pray for the guts and the grace to turn from sin, embrace a culture of life, and claim the victory we already have in Christ Jesus. - jc

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San Juan Pablo II
Romanos 7:18-25a; Lucas 12:54-59

La mayoría de nosotros piensa que la guerra espiritual es una batalla interior contra un enemigo externo: el diablo. Pero San Pablo señala que a menudo somos nuestros peores enemigos.

Como seres humanos, todos estamos afectados por una enfermedad congénita que destruye el alma: la concupiscencia, o nuestra tendencia a pecar. Junto con nuestra mortalidad, es una consecuencia del pecado original. Nos lleva a ceder a la tentación, a hacer lo malo incluso cuando sabemos que es malo. Afortunadamente, tenemos un Salvador que, si aceptamos su gracia, nos libera de las consecuencias eternas de nuestros pecados.

En la lectura del Evangelio, Jesús reprendió a los que no se daban cuenta de los signos del reino de Dios que, como los cambios de viento y de estación, los rodeaban. Dos milenios más tarde, San Juan Pablo II desafió al mundo a que se diera cuenta del modo en que estaba siendo ensombrecido por la Cultura de la Muerte en su abrazo del aborto, la eutanasia, la pena capital y los sistemas económicos que privilegian a unos pocos y tratan a las personas como mercancías en lugar de como hijos de Dios. En cambio, nos llamó a abrazar una Cultura de la Vida, en la que se valora y protege la dignidad de cada persona desde la concepción hasta la muerte natural.

Abrazar la Cultura de la Vida no es fácil. Requiere que cada uno de nosotros luche la batalla interior de deshacerse de cosas como los Siete Pecados Capitales del orgullo, la ira, la codicia, la envidia, la gula, la pereza y la lujuria. Rezamos para tener las agallas y la gracia de apartarnos del pecado, abrazar una cultura de la vida y reclamar la victoria que ya tenemos en Cristo Jesús. - jc