The Little Ones | Los Pequeños

St. Juan Diego Cuauhtlatoatzin
Isaiah 41:13-21; Matthew 11:11-15

In the Bible, God has a special regard for those who, in Hebrew, are called the anawim, the lowly or little ones. These include widows, orphans, migrants, and the destitute—those on the margins of society. Isaiah, addressing a community suffering so greatly from the pain of exile and oppression that he describes Israel as a “worm” and “maggot,” shares God’s promise of redemption. God will not forsake them and will instead create for them a fertile land out of what is dry and barren.

Jesus promises that those who are “least in the Kingdom of heaven” are greater than John the Baptist, who announced its advent. The life of St. Juan Diego testifies to the truth of that promise. A convert in 16th century Mexico whose indigenous name meant “the talking eagle,” he was chosen to be the messenger of Our Lady of Guadalupe at Tepeyac. Spain had recently conquered the Aztecs and was turning Mexico into a colony. Mexico would not gain its independence until the 19th century.

When this humble and uneducated Indian shared his vision and Mary’s message with the local bishop, a man originally from Spain, he was met with disdain and skepticism. It was only through a miracle of roses in December and Our Lady’s image imprinted on Juan Diego’s tilma (cloak) that the bishop was convinced and followed her instruction to build a shrine at Tepeyac. Today it is one of the most popular pilgrimage sites in the world.

Greatness in the Kingdom of heaven is not the product of human will. It is a matter of God’s grace for those who accept the Lord’s invitation to live in it. God can do great things through those who do. - jc 

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San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
Isaías 41:13-21; Mateo 11:11-15

En la Biblia, Dios tiene una consideración especial por los que en hebreo se llaman anawim, los humildes o pequeños. Entre ellos se encuentran las viudas, los huérfanos, los emigrantes y los indigentes, es decir, los que están al margen de la sociedad. Isaías, dirigiéndose a una comunidad que sufre tanto el dolor del exilio y la opresión que describe a Israel como un "gusano" y una "lombriz", comparte la promesa de redención de Dios. Dios no los abandonará y, en cambio, creará para ellos una tierra fértil a partir de lo que es seco y estéril.

Jesús promete que los que son "los más pequeños en el Reino de los cielos" son más grandes que Juan el Bautista, que anunció su llegada. La vida de San Juan Diego atestigua la verdad de esa promesa. Converso en el México del siglo XVI, cuyo nombre indígena significaba "el águila que habla", fue elegido para ser el mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac. España había conquistado recientemente a los aztecas y estaba convirtiendo a México en una colonia. México no conseguiría su independencia hasta el siglo XIX.

Cuando este humilde e inculto indio compartió su visión y el mensaje de María con el obispo local, un hombre originario de España, fue recibido con desdén y escepticismo. Sólo gracias a un milagro de rosas en diciembre y a la imagen de la Virgen impresa en la tilma de Juan Diego, el obispo se convenció y siguió sus instrucciones de construir un santuario en el Tepeyac. Hoy es uno de los lugares de peregrinación más populares del mundo.

La grandeza en el Reino de los cielos no es producto de la voluntad humana. Es un asunto de la gracia de Dios para aquellos que aceptan la invitación del Señor a vivir en él. Dios puede hacer grandes cosas a través de quienes lo hacen. - jc