21st Sunday in Ordinary Time | XXI Domingo del Tiempo Ordinario
21st Sunday in Ordinary Time
Joshua 24:1-2a, 15-17, 18b; Psalm 34; Ephesians 5:21-32; John 6:60-69
The late Yogi Berra, Hall of Fame catcher for the New York Yankees and posthumous awardee of the Presidential Medal of Freedom, was renowned for his malapropisms. Two of them that came to mind as I reflected on today’s readings were:
“If you don’t know where you are going, you’ll end up someplace else.”
“When you come to a fork in the road, take it.”
In our first reading, Joshua confronts the tribes of Israel at Shechem. After faithfully serving as Moses’ successor for many years, he’s now an old man and realizes that he soon will die. The people had settled in the land that God promised to give them after liberating them from slavery in Egypt and leading, protecting, and providing for them in their 40-year journey.
But as faithful as God has been to his people, Joshua recalls that they have not always been faithful to God or their covenant. He puts the challenge to them plainly: Whom will they follow, the God who has done so much for them or the gods of the nations that surround them? Will they choose fidelity or idolatry? After recounting all that God has done, Joshua tells them, “as for me and my household, we will serve the LORD.” In response to Joshua’s challenge, the people insist that they, too, will follow the LORD and all his commands.
The rest of the Old Testament, however, reveals that God’s people didn’t follow through on their promises. Over and over, they broke their covenant with God, and they repeatedly suffered the consequences. Though they tasted and saw the goodness of the Lord in many ways, they didn’t make him part of their lives and decisions, especially when it was difficult or required them to think, speak, and act differently than the people around them.
Like his ancestor, Joshua, Jesus confronts the crowds and his disciples with another fundamental choice: Will they accept him, the Bread of Life? Will they allow themselves to be nourished and transformed by him? Today’s gospel passage, which marks the end of Chapter 6 and the Bread of Life Discourse in the Gospel of John, finds many of Jesus' disciples skeptical and discouraged by his “hard saying.” After coming to this fork in the road of faith, they walk away.
But not everyone is prepared to leave. St. Peter professes, “Master, to whom shall we go? You have the words of eternal life. We have come to believe and are convinced that you are the Holy One of God.” Peter put his faith in Jesus and he is ready, however imperfectly, to follow him.
When we accept Jesus as our Lord and Savior, not as a cliché but as a real commitment, we must be prepared for the consequences. In our second reading, St. Paul reflects on one of those consequences, the fundamental transformation of relationships in marriage. Instead of the dominance of one person over the other, Christian marriage is marked by mutual surrender and service: wives should submit to their husbands as to the Lord, and husbands should love and hand themselves over to the needs and cares of their wives, just as Christ did for the Church.
May we know where we are going and the one whom we follow. May we face our forks in the road with courage, wisdom, and faith and reach the destination he has promised. - jc
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XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Josué 24:1-2a, 15-17, 18b; Salmo 34; Efesios 5:21-32; Juan 6:60-69
El difunto Yogi Berra, catcher de los New York Yankees y ganador póstumo de la Medalla Presidencial de la Libertad, era famoso por sus malapropismos. Dos de ellos me han venido a la mente al reflexionar sobre las lecturas de hoy:
"Si no sabes adónde vas, acabarás en otro sitio."
"Cuando llegues a una bifurcación del camino, tómala."
En nuestra primera lectura, Josué se enfrenta a las tribus de Israel en Siquem. Después de servir fielmente como sucesor de Moisés durante muchos años, ahora es un anciano y se da cuenta de que pronto morirá. El pueblo se había asentado en la tierra que Dios prometió darles tras liberarlos de la esclavitud en Egipto y guiarlos, protegerlos y proveerlos en su viaje de 40 años.
Pero por muy fiel que Dios haya sido a su pueblo, Josué recuerda que no siempre han sido fieles a Dios ni a su pacto. Josué les plantea el desafío sin rodeos: ¿A quién seguirán, al Dios que tanto ha hecho por ellos o a los dioses de las naciones que los rodean? ¿Elegirán la fidelidad o la idolatría? Después de relatar todo lo que Dios ha hecho, Josué les dice: "En cuanto a mí y a mi casa, serviremos a Yahveh." En respuesta al desafío de Josué, el pueblo insiste en que ellos también seguirán a Yahveh y todos sus mandatos.
Sin embargo, el resto del Antiguo Testamento revela que el pueblo de Dios no cumplió sus promesas. Una y otra vez, rompieron su pacto con Dios, y sufrieron repetidamente las consecuencias. Aunque saborearon y vieron la bondad del Señor de muchas maneras, no lo hicieron partícipe de sus vidas y decisiones, especialmente cuando era difícil o les exigía pensar, hablar y actuar de manera diferente a la gente que los rodeaba.
Al igual que su antepasado Josué, Jesús enfrenta a la multitud y a sus discípulos a otra elección fundamental: ¿Le aceptarán a él, el Pan de Vida? ¿Se dejarán alimentar y transformar por él? El pasaje evangélico de hoy, que marca el final del capítulo 6 y del Discurso del Pan de Vida en el Evangelio de Juan, encuentra a muchos de los discípulos de Jesús escépticos y desalentados por su "palabra dura." Tras llegar a esta bifurcación en el camino de la fe, se alejan.
Pero no todos están dispuestos a marcharse. San Pedro profesa: "Maestro, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Hemos llegado a creer y estamos convencidos de que tú eres el Santo de Dios." Pedro ha puesto su fe en Jesús y está dispuesto, aunque sea imperfectamente, a seguirle.
Cuando aceptamos a Jesús como Señor y Salvador, no como un tópico, sino como un compromiso real, debemos estar preparados para las consecuencias. En nuestra segunda lectura, San Pablo reflexiona sobre una de esas consecuencias, la transformación fundamental de las relaciones en el matrimonio. En lugar del dominio de una persona sobre la otra, el matrimonio cristiano se caracteriza por la entrega y el servicio mutuos: las esposas deben someterse a sus maridos como al Señor, y los maridos deben amar y entregarse a las necesidades y cuidados de sus esposas, como Cristo hizo con la Iglesia.
Que sepamos a dónde vamos y a quién seguimos. Que afrontemos las bifurcaciones del camino con valentía, sabiduría y fe y lleguemos al destino que Él nos ha prometido. - jc
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