25th Sunday in Ordinary Time | 25º domingo del tiempo ordinario

Isaiah 55:6-9; Philippians 1:20c-24, 27a; Matthew 20:1-16a

This past New Year’s Eve, Danielle Franzani was working as a server at the Thunder Bay River Restaurant in Alpena, Michigan. A single mother and recovering addict, she appreciated her job. Paying her bills, however, was a struggle. Only a year earlier, she had been homeless.

A couple came into the restaurant and Danielle served them. She has seen them before, and they engaged in a little small talk as she took their orders and brought their food. They had a modest meal, and their bill was $23.33. The tip they left, however, was anything but modest: $2020, accompanied by a note on the bill which read: “Happy New Year. 2020 Tip Challenge.”

Danielle was incredulous, but her manager assured her the tip was real. Speaking of the couple, she said, “They don’t know anything of me…And they’ve changed my life completely.”  She added, “From where I used to be and the choices I’ve made in my life, this doesn’t happen to someone like me.” 

I imagine that the laborers who were hired late in the day by the landowner in today’s gospel parable felt the same way. They couldn’t believe that they received a full day’s pay for working only one or a few hours. They weren’t used to such generosity. But it was real.

It was also very real to their coworkers who had been hired at the beginning of day. They were disappointed and bitter. They had worked harder and longer but they received nothing more. It wasn’t fair!

But generosity isn’t about fairness. It’s about grace. The people of Israel experienced that grace when God brought them back to their own land and promised to remain faithful to them despite their long record of infidelity to their covenant. St. Paul, writing from prison in Ephesus to the church at Philippi, had so profoundly experienced God’s generosity and grace in his life that he could say with complete confidence and freedom: “Christ will be magnified in my body, whether by life or by death.”

God’s generosity and grace defy our expectations and sometimes our ideas of what is just or makes sense. When we are called to work for God, we naturally want to be rewarded, and we are in many ways. But those rewards are God’s call, not ours. The distribution of spiritual gifts is God’s decision, not ours. The glory belongs to God, not to us. It’s sometimes easy to grumble. But it’s better to be grateful. God’s ways are not our ways…thank God! +

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Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20c-24, 27a; Mateo 20:1-16a

La pasada Nochevieja, Danielle Franzani trabajaba como camarera en el restaurante Thunder Bay River en Alpena, Michigan. Madre soltera y adicta en recuperación, apreciaba su trabajo. Sin embargo, pagar sus facturas era una lucha. Sólo un año antes, había estado sin hogar.

Una pareja entró en el restaurante y Danielle les sirvió. Ella los había visto antes, y tuvieron una pequeña pláctica mientras ella tomaba sus pedidos y les traía la comida.  Tuvieron una comida modesta, y su cuenta fue de 23,33 dólares. La propina que dejaron, sin embargo, fue cualquier cosa menos modesta: 2020 dólares, acompañados de una nota en la factura que decía: "Feliz Año Nuevo. 2020 desafío de propina".

Danielle estaba incrédula, pero su manager le aseguró que la propina era real. Hablando de la pareja, dijo: "No saben nada de mí... y han cambiado mi vida por completo".  Añadió, "Desde donde solía estar y las decisiones que he tomado en mi vida, esto no le pasa a alguien como yo". 

Me imagino que los obreros que fueron contratados tarde por el terrateniente en la parábola del evangelio de hoy sentían lo mismo. No podían creer que recibieran un día completo de paga por trabajar sólo una o unas pocas horas. No estaban acostumbrados a tal generosidad. Pero era real.

También era muy real para sus compañeros de trabajo que habían sido contratados al principio del día. Estaban decepcionados y amargados. Habían trabajado más duro y más horas pero no recibieron nada más. ¡No era justo!

Pero la generosidad no se trata de justicia. Se trata de la gracia. El pueblo de Israel experimentó esa gracia cuando Dios los trajo de vuelta a su propia tierra y prometió permanecer fiel a ellos a pesar de su largo historial de infidelidad a su pacto. San Pablo, escribiendo desde la prisión de Éfeso a la iglesia de Filipos, había experimentado tan profundamente la generosidad y la gracia de Dios en su vida que podía decir con total confianza y libertad: "Cristo será magnificado en mi cuerpo, ya sea por la vida o por la muerte."

La generosidad y la gracia de Dios desafían nuestras expectativas y a veces nuestras ideas de lo que es justo o tiene sentido. Cuando somos llamados a trabajar para Dios, naturalmente queremos ser recompensados, y lo somos de muchas maneras. Pero esas recompensas son la llamada de Dios, no la nuestra. La distribución de los dones espirituales es decisión de Dios, no nuestra. La gloria pertenece a Dios, no a nosotros. A veces es fácil refunfuñar. Pero es mejor estar agradecido. Los caminos de Dios no son nuestros caminos... ¡gracias a Dios! +

 - Capuchin Friar John Celichowski, OFM Cap.