Baptism of the Lord | El Bautismo del Señor

Isaiah 55:1-11; 1 John 5:1-9; Mark 1:7-11

Wallace Stevens (+1955), who is undoubtedly the only lawyer and insurance company executive to win a Pulitzer Prize for collection of poetry, once wrote that “Human nature is like water. It takes the shape of its container.”  Today’s celebration gives us a different but no less compelling message:  The waters that come from God shape us. 

Through the prophet Isaiah, God tells us that his word is like water:  “For just as from the heavens/ the rain and snow come down/ and do not return there/ ‘til they have watered the earth,/ making it fertile and fruitful,/ giving seed to the one who sows/ and bread to the one who eats,/ so shall my word be/ that goes forth from my mouth;/ my word shall not return to me void,/ but shall do my will,/ achieving the end for which I sent it” (Is 55:9-11). 

In nature, water fulfills its essential purpose for life through a constant and complex process that includes evaporation, condensation, precipitation, hydration, respiration, and perspiration.  Similarly, God’s life-giving word fulfills its purpose in our spiritual lives through proclamation, meditation, contemplation, conversation, conviction, and conversion.  It shapes our thoughts, words, and actions.

Jesus, John reminds us, came in water as well as in blood. God’s Word made flesh, came into the world as we all do, through the water and blood of his mother, Mary.  When he was pierced by the soldier’s lance at Calvary, water and blood flowed from his side.  From the beginning of his earthly life to the end, he demonstrated his obedience to his Father’s providence, wisdom, and will.

When Jesus emerged from the waters of his baptism in the Jordan by John, he was recognized by the other persons of the Trinity.  As the heavens were torn open, the Spirit descended upon him and a voice from heaven claimed him as “my beloved Son.”  Mark’s gospel records that immediately after his baptism, Jesus was driven by that same Spirit into the desert for 40 days, where he was tested by Satan but also cared for by angels (Mk 1:12-13). Shortly after that, he began his public ministry and called his first disciples (Mk 1:14-20). 

Wallace Stevens’ observation about human nature, water, and containers was in part rooted in science.  Our faith, however, reminds us of another truth:  God has created both the waters of baptism and the human containers of their spiritual effects.  When we are immersed in the waters of baptism, those waters take the shape of their containers in how we live that baptism.  But those waters also have the power to shape us.  When we are baptized “In the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit,” we enter in communion with the Triune God that was present at the Jordan.  May we, like God’s word and God’s Word made flesh, fulfill the purpose for which we were sent. +

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Isaías 55:1-11; 1 Juan 5:1-9; Marcos 1:7-11

Wallace Stevens (+1955), que es sin duda el único abogado y ejecutivo de una compañía de seguros que ha ganado un premio Pulitzer por su colección de poesía, escribió una vez que "La naturaleza humana es como el agua. Toma la forma de su recipiente".  La celebración de hoy nos da un mensaje diferente pero no menos convincente:  Las aguas que vienen de Dios nos dan forma. 

A través del profeta Isaías, Dios nos dice que su palabra es como el agua:  "Porque así como de los cielos desciende la lluvia y la nieve y no vuelve allí hasta que haya regado la tierra, / haciéndola fértil y fructífera, / dando semilla al que siembra / y pan al que come, / así será mi palabra / que sale de mi boca, / mi palabra no volverá a mí vacía, / sino que hará mi voluntad, / logrando el fin para el que la envié" (Is 55:9-11). 

En la naturaleza, el agua cumple su propósito esencial para la vida a través de un proceso constante y complejo que incluye la evaporación, la condensación, la precipitación, la hidratación, la respiración y el sudor.  De manera similar, la palabra de Dios que da vida cumple su propósito en nuestra vida espiritual a través de la proclamación, la meditación, la contemplación, la conversación, la convicción y la conversión.  Da forma a nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Jesús, nos recuerda Juan, vino tanto en agua como en sangre. El Verbo de Dios hecho carne, vino al mundo como todos nosotros, a través del agua y la sangre de su madre, María.  Cuando fue atravesado por la lanza del soldado en el Calvario, el agua y la sangre fluyeron de su costado.  Desde el principio de su vida terrenal hasta el final, demostró su obediencia a la providencia, sabiduría y voluntad de su Padre.

Cuando Jesús emergió de las aguas de su bautismo en el Jordán por Juan, fue reconocido por las otras personas de la Trinidad.  Cuando los cielos se abrieron, el Espíritu descendió sobre él y una voz del cielo lo reclamó como "mi Hijo amado".  El evangelio de Marcos registra que inmediatamente después de su bautismo, Jesús fue llevado por ese mismo Espíritu al desierto durante 40 días, donde fue probado por Satanás pero también cuidado por los ángeles (Mc 1:12-13). Poco después, comenzó su ministerio público y llamó a sus primeros discípulos (Mc 1:14-20). 

La observación de Wallace Stevens acerca de la naturaleza humana, el agua y los recipientes estaba en parte basada en la ciencia.  Nuestra fe, sin embargo, nos recuerda otra verdad: Dios ha creado tanto las aguas del bautismo como los recipientes humanos de sus efectos espirituales.  Cuando nos sumergimos en las aguas del bautismo, esas aguas toman la forma de sus recipientes en la forma en que vivimos ese bautismo.  Pero esas aguas también tienen el poder de moldearnos.  Cuando somos bautizados "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", entramos en comunión con el Dios Trino que estuvo presente en el Jordán.  Que nosotros, como la palabra de Dios y el Verbo de Dios hecho carne, cumplamos el propósito para el que fuimos enviados. +